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Datakandra


El datakandra es un organismo objeto, un autómata; máquina hecha para vivir. El Bestiae Belli, atribuido a Berthold Schwarz, da una breve descripción de su aspecto: «tenía el tamaño de una casa, la forma de una salamandra, y al no poseer esqueleto arrastraba su cuerpo», ya en sus textos aparece como una rareza de su época. Su descripción más que ambigua, es fabulosa, y no podemos por ello establecer parámetros exactos con los datos que nos proporciona.

La pieza que yo poseo es solo parte de un tórax, pero reúne las características suficientes para entender su composición real.


Los datakandras fueron fabricados en tiempos de Zósimo (finales del siglo III, principios del IV) a manera de ídolos de piedra. Este carácter idólogico nunca se perdió, y prueba de ello se constata en la sacralidad con que aún son apreciados a vista de la secta uroboros, a quienes de igual manera se les atribuye su creación y perfeccionamiento.


La función primordial del datakandra siempre fue el fundir metales en sus entrañas, sin embargo, los uroboros, al ser expulsados continuamente de aquellas metrópolis donde se les ofrecía asilo, debido a prácticas religiosas que pasaban de lo radical a lo criminal, también se vieron obligados a movilizar con ellos todas sus posesiones de valor, incluyendo desde luego al datakandra. Así, años de deambular y diversos asentamientos temporales fueron marcando una evolución en tanto a arte y apariencia en donde al final de la línea de convergencias el datakandra queda transmutado en horno ambulante, pues logra desplazarse en sus cuatro extremidades.


Se clasifica en tres especies: el horno gigante e inamovible de piedra, el autómata de asbesto que cruzaba los desiertos y el que se cree fue utilizado como arma, del cual sólo se tienen ilustraciones hipotéticas, puesto no existe material que hable de éste más allá de dos o cuatro líneas. Se supone que escupía fuego bizantino y que babeaba pez sin cesar, pero bien pudo haber sido simplemente una pieza integral y emblemática de una fuente poco común que usara brea en lugar de agua. De un modelo a otro es probable existan eslabones no identificados que compartan atributos entre ellos.


El peregrinaje de los uroboros al lado de sus ídolos, que ahora eran también bestias de carga, causó una fuerte impresión entre los lugareños de las comunidades por donde cruzaban; desde Hurai Shada hasta la ribera oeste del lago Seván, en Armenia. Marchaban en silencio y durante las noches; aunque esto no garantizaba impedir las miradas curiosas ante tan inusual espectáculo. Un hombre culto de Nínive deja testimonio de ello en un manuscrito datado en el año 1633:


Mientras en la arena hunden los pies/ con el lomo de sus bestias siembran las estrellas / largos lagartos rojos, grandes como bueyes […] el fuego en sus fauces no se extingue.



El tamaño siempre varía entre comentarios, evidencias y demás tratados; en el tórax que conservo puede entrar un hombre inclinado. A pesar de toda nueva conjetura, el color permanece como constante; son rojos. Sus cuerpos están ceñidos por una voluminosa tela bermellón que en algunos casos aparece decorada con signos y arabescos oscuros. El Bestiae Belli menciona que esta tela suplía también los músculos.


A lo largo del arco superior, en “sus vertebras”, aparecen tres estrellas de vidrio que permiten observar su interior. En la práctica ayudaba al alquimista a vigilar el proceso de cocción y fusión de la materia, así también como a iluminar su camino cuando nómada.


Los uroboros se consideran una de las sectas alquímicas más herméticas. Sus integrantes acostumbran la carne de caballo y utilizan el corazón impetuoso de este animal para sus ritos. Sus sacerdotes son célibes y está prohibido verles el rostro. Cada uno tiene un nombre clave dependiendo del grado jerárquico asignado. Ion es sacrificado por Kabiros en la ceremonia de transferencia. De este modo, el sacrificado entrega su alma por medio de la sangre. Se le atraviesa con una espada litúrgica de hierro magnetizado. La espada impregnada de sangre es fijada al huevo filosófico, una amalgama de cobre, plomo y estaño. Ambos objetos se funden en el interior del datakandra. De esta pasta se moldeará un nuevo artefacto fetiche (por lo regular otro huevo), que llevará el nombre de la víctima grabado en su superficie, dando así, alma y personalidad al autómata, cuya reliquia penderá sobre su vientre de crisol.


Los huevos encontrados son mucho más numerosos que los pedazos de cuerpo de la bestia. Piezas como la que conservo casi siempre son descubiertas bajo monasterios o ruinas de monasterio. De hecho, la mayor parte de especímenes producidos de datakandra han sido desarticulados, siendo los que aún se conservan inalterados bienes secretos de la secta, quienes afirman rotundamente no haber elaborado ni uno más desde hace tres siglos.


Otro ritual urobórico del cual el datakandra es clave fundamental es el de iniciación. Al joven iniciado se le tiñe la piel con cinabrio y es encerrado dentro de la bestia durante al menos un día; sin líquidos ni alimentos. Es probable que el periodo de aislamiento haya sido más extenso en otros tiempos, sin embargo, el ambiente tóxico en el interior hace imposible continuar con tan rígidos preceptos. De igual manera, los sacrificios de transferencia han pasado al mero acto simbólico.


Se cree que en los primitivos bosques de Xire aún deambula un ejemplar de datakandra. Los habitantes de estas tierras lo mencionan en relatos, mitificándolo como un ser devorador de hombres con quien nadie desearía tropezar; mas si así llegase a ocurrir, recomiendan cavar un pequeño agujero debajo de los pies, dejar adentro un objeto brillante y cubrirlo con yerba, de tal forma que el supuesto demonio perdone tu vida en pago a la ofrenda obtenida.


Este mito alimenta otro; que el datakandra resguarda como piñata un surtido tesoro en su barriga.




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